Por la ruta de las Jacarandas: crónica del 8 de marzo del 2020
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El llamado de diversos colectivos sociales al que se sumaron organizaciones, instituciones y amplios sectores de la sociedad mexicana logró tomar las calles en una marcha por demás significativa, en un momento en el cual se han hecho mas evidentes, crecen las denuncias y se visibilizan ampliamente casos de cruenta y salvaje violencia contra las mujeres, las cuales inundan los medios de comunicación y los debates en la opinión publica a todos niveles y en todos los ámbitos de la vida publica y privada. El pasado domingo 8 de marzo se calcula la participación de entre 80,000 a 120,000 personas en su gran mayoría mujeres, conmemorando el Día Internacional de la Mujer en las calles de la Ciudad de México.Una fecha histórica y que enlaza la lucha de las mujeres alrededor del mundo, este año, tras la visibilización global del movimiento chileno y mexicano, se convirtió en una de las más grandes manifestaciones por los derechos y reclamo por el respetoy alto a la violencia de género.
La participación de los hombres y yo
Este año la convocatoria fue abiertamente “separatista”, las propuestas de ubicación de contingentes y las convocatorias desde los colectivos pedían que la marcha fuese solamente protagonizada por mujeres, y al final de la misma, podría haber hombres integrados entre contingentes mixtos. Casi cada año, marcho con amigas, o en algunos contingente de los lugares donde he trabajado, estudiado o con los cuales encuentro coincidencias y seguridad para manifestar en el espacio publico. Este año, los hombres no estábamos convocados, y nuestro lugar era otro.
En los años recientes, en ocasiones a fuerza de descalificaciones he comprendido que no es un tema del que pueda opinar, hablar o argumentar; que mi acompañamiento solidario con la lucha feminista, ahora incluso radicalizado y con tintes y expresiones de abierta violencia será el de guardar silencio, -hacer lo que me toca-; revisar mis machismos, mis formas de reproducción de la sociedad patriarcal penetrada en mi habitus, en mis formas más sutiles y privadas, culturales de relacionarme. La revisión de la masculinidad es tarea profunda, y que por suerte se abre y comparte con otros hombres que queremos revisarnos, abriendo espacios donde lo hablamos y analizamos.
La marcha histórica y lo anecdótico en la apropiación del espacio público
A las pocas horas de comenzada la concentración en el Monumento a la Revolución, con las redes sociales inundadas de fotos, videos, cantos, noticias, sonidos de helicópteros sobre volando la ciudad. Y ante la evidencia de ver en estos medios, inclusive a comerciantes hombres vendiendo paletas, sombreros, banderas, dulces, agua, y los cuales no eran expulsados, pintados o violentados, me abrí la posibilidad de poder participar a modo de espectador, del movimiento que estaba aconteciendo en el espacio público.
Me aproximé al cruce de Av. Juárez y Eje Central, por la Torre latinoamericana, caminé frente a Bellas Artes, la Alameda y el Hemiciclo a Juárez. Una señora mayor, dentro de una jardinera, pisando las raíces de un árbol, resguardándose un poco de la marea de personas y robando un poco de sombra le gritaba a su nieto, con un afán de ser escuchada por todos a su alrededor: “Mijo, esto que ves es histórico, que bueno que estas aquí, viendo, esto es algo histórico”, a lo cual no pude hacer otra cosa que levantar los pulgares y en silencio hacer una expresión facial de acuerdo y felicidad por lo que estaba ocurriendo ante nuestros ojos.
La sensación sin embargo y a pesar de ver la presencia de hombres acompañando a sus parejas o en familias enteras, o como simples espectadores, era de no estar en el lugar correcto, una sensación de estorbo. Pasaban mujeres corriendo y no podía tener la capacidad de retirarme rápido de su camino, no estorbar su paso, replegarme a las orillas.
Por medio de un mensaje de texto al celular localicé a mi hermana, -supongo que es la primera vez que marcha por iniciativa propia y en compañía de amigas-, venia en un colectivo de una Universidad privada, con compañeras que no veía hace años. Identifiqué ese contingente por una especie de gran sombrilla violeta de listones y al identificarnos nos abrazamos mucho, nos besamos y medio lloramos un poco, no sabia si decirle incluso: cuídate!, tenia miedo de ser impositivo, de ser cuidador hombre en mi rol tonto dominante, ¡muy confuso todo!, así que nos despedimos y le di una botella de agua. Continué tomando fotografías con mucha precaución, tratando de no ser intrusivo, de no robar rostros, observando al grupo que con el rostro cubierto lanzaban bombas de humo, tiraban anuncios, grafiteaban y gritaban con fuerza, furia y si, con cierto poder de amedrentamiento y violencia, -confrontando a sus iguales-, mujeres policía que resguardaban, aguantaban y en ocasiones eran sometidas por las manifestantes.
Muchos hombres acompañaron la marcha en familia o parejas que seguramente lo vivieron de muy distintas maneras, pero lo que creo que fue común a todos, fue que no era un espacio nuestro y éramos asistentes tangenciales. De sabernos y tener la conciencia plena de “no ser protagónicos” o incluso intrusos.
Epílogo
El color dominante en las ropas, los listones, los gases, las pintas, hicieron por horas una especie de magia en la coincidencia con las primeras Jacarandas que comienzan a florecer en la ciudad. Todo era preciso, todo era correcto, el paisaje y la naturaleza, la imagen de la ciudad protestaba y era acompañante, desde el silencio pero en la presencia, de esta gran demostración pública de poder, de furia, de transformación y de belleza.
[1] Doctorante del posgrado en Urbanismo, UNAM