Las consignas feministas, como herramienta de apropiación del espacio público
marzo 19, 2020La calle: entre consignas y estruendos
marzo 26, 20208M-Día Internacional de la Mujer. Una versión a la distancia y desde las periferias del centro de la CDMX
Yutzil Cadena[1]
El 8 de marzo del 2020, en mi experiencia, fue por mucho un “Día de la mujer” diferente a otros años. En esta ocasión –a diferencia de años anteriores- por las redes sociales y desde muy temprano no circularon los mensajes de felicitación y los ramos de flores para felicitar a todas las mujeres por su participación social como madres, por su amor, su belleza y grandeza. Característica que me emocionó porque daba la impresión de que por fin, todos, hombres y mujeres ya habíamos entendido que es “un día de conmemoración no de festejo”. En lugar de felicitaciones, en la Ciudad de México -desde días anteriores- se percibió una gran convocatoria a la marcha que se llevaría a cabo ese domingo, desde el Monumento a la Revolución al Zócalo de la ciudad.
En este año, como ola femenina con tonos verdes y violetas, la mayoría de los mensajes e información que circulaba por las redes sociales y los medios de comunicación, trataba sobre las injusticias y demandas laborales que dieron origen a la institución internacional de un Día de la Mujer, aunque en esta ocasión -como varios ya han señalado- una de las principales demandas que encabezaron la movilización en diferentes ciudades del país fue el cese de la violencia a las mujeres y de los feminicidios. El carácter feminizado de la marcha se expresó también en el orden que organizó a los contingentes: al frente irían contingentes de familiares víctimas de feminicidio, mujeres con hijas e hijos menores de 12 años y contingentes sólo mujeres; posteriormente, contingentes mixtos con o sin contingente.
Este orden propuesto para los contingentes me sorprendió pero no ha dejado de incomodarme pues, en un contexto social de múltiples violencias, parecería que protagonizar a las mujeres se propone como una estrategia de movilización política. Por ello, algunas preguntas que me surgieron fueron ¿por qué hacer esta distinción en una lucha que, considero, no sólo es de las mujeres? ¿Cuáles son los efectos simbólicos, sociales y afectivos que se pretenden y proponen con estas propuestas separatistas? Estas interrogantes han surgido al pensar que, de haber ido a la marcha como en muchas otras ocasiones, mi contingente primario hubieran sido mi esposo y mi hijo, mis compañeros de vida, con los que todos los días hago equipo y me propongo hacer la diferencia.
En este año, como ola femenina con tonos verdes y violetas, la mayoría de los mensajes e información que circulaba por las redes sociales y los medios de comunicación, trataba sobre las injusticias y demandas laborales que dieron origen a la institución internacional de un Día de la Mujer, aunque en esta ocasión -como varios ya han señalado- una de las principales demandas que encabezaron la movilización en diferentes ciudades del país fue el cese de la violencia a las mujeres y de los feminicidios. El carácter feminizado de la marcha se expresó también en el orden que organizó a los contingentes: al frente irían contingentes de familiares víctimas de feminicidio, mujeres con hijas e hijos menores de 12 años y contingentes sólo mujeres; posteriormente, contingentes mixtos con o sin contingente.
Este orden propuesto para los contingentes me sorprendió pero no ha dejado de incomodarme pues, en un contexto social de múltiples violencias, parecería que protagonizar a las mujeres se propone como una estrategia de movilización política. Por ello, algunas preguntas que me surgieron fueron ¿por qué hacer esta distinción en una lucha que, considero, no sólo es de las mujeres? ¿Cuáles son los efectos simbólicos, sociales y afectivos que se pretenden y proponen con estas propuestas separatistas? Estas interrogantes han surgido al pensar que, de haber ido a la marcha como en muchas otras ocasiones, mi contingente primario hubieran sido mi esposo y mi hijo, mis compañeros de vida, con los que todos los días hago equipo y me propongo hacer la diferencia.
Este año, mi participación fue distinta y con muchos sentimientos encontrados. Primero, porque frente a la ola y ardua convocatoria que se emitía para acudir a la marcha y participar en la movilización en la Ciudad de México por motivos laborales y familiares salí fuera de la ciudad, junto con mi esposo y mi hijo. Segundo, porque el trayecto que realizamos durante el día sábado y domingo, entre Hidalgo, el Estado de México y la alcaldía Gustavo A. Madero, me permitió percibir otras realidades muy diferentes a las que se estaban dando en el centro de la ciudad.
A lo largo del domingo, en algunos noticieros y en las redes sociales, virtualmente se transmitieron acontecimientos previos, durante y posteriores a la(s) marcha(s); en el caso de la marcha que se realizó en el centro de la Ciudad de México, se describía una participación en su mayoría por mujeres y se calculaba en cientos de miles de asistentes. Por su parte, en las manifestaciones realizadas en las periferias de la ciudad se contaban en cientos y decenas, como fue el caso de la marcha que se organizó en el municipio de Ecatepec, uno de los municipios más violentos del país. Esta comparación geográfica, además de confirmar la fuerza de la presencia y visibilización en los espacios públicos centrales, me hizo reflexionar sobre la emergencia de hacer centrales otros espacios públicos que aún se mantienen en la periferia geográfica y simbólica. Por ejemplo, se me ocurre ¿por qué no marchar del Zócalo de la Ciudad de México al municipio de Ecatepec?
A lo largo del domingo, en algunos noticieros y en las redes sociales, virtualmente se transmitieron acontecimientos previos, durante y posteriores a la(s) marcha(s); en el caso de la marcha que se realizó en el centro de la Ciudad de México, se describía una participación en su mayoría por mujeres y se calculaba en cientos de miles de asistentes. Por su parte, en las manifestaciones realizadas en las periferias de la ciudad se contaban en cientos y decenas, como fue el caso de la marcha que se organizó en el municipio de Ecatepec, uno de los municipios más violentos del país. Esta comparación geográfica, además de confirmar la fuerza de la presencia y visibilización en los espacios públicos centrales, me hizo reflexionar sobre la emergencia de hacer centrales otros espacios públicos que aún se mantienen en la periferia geográfica y simbólica. Por ejemplo, se me ocurre ¿por qué no marchar del Zócalo de la Ciudad de México al municipio de Ecatepec?
En la misma ciudad y desde miradas periféricas se percibieron otras realidades que fueron distintas, críticas o poco relacionadas al contexto de las marchas. Algunas de estas realidades que se observaron durante el domingo en mensajes y publicaciones que circulaban por las redes sociales en el ciber-espacio, si bien no se posicionaron en contra de las demandas de las movilizaciones, si se expresaron en contra y en desaprobación de los actos de quema y destrucción de la infraestructura urbana y monumentos históricos. Varios de estos mensajes se acompañaban y les caracterizabala frase de “tú no me representas”.
Entre estos mensajes uno llamó mi atención, se traba de una publicación en Facebook de una mujer, madre de cuatro hijos varones y con dos relaciones de pareja concluidas. En su mensaje narraba que en sus dos relaciones de pareja sufrió de infidelidades, violencia física y sexual. Expresó la dificultad para darse cuenta de la situación y que no fue fácil el proceso de hacer frente a esta problemática, demandar a su agresor y salir de esas relaciones. Sin embargo, en su argumento y desde su experiencia de haber estado en “esa situación”, se posicionaba en contra de las mujeres que “apoyan el desmadre que se hace en las marchas y no dejan al marido golpeador y violador”.
En respuesta al mensaje, se desató una cadena de respuestas a favor y otras en contra de su crítica y aunque en este momento no es mi propósito analizarlas; más bien, estas miradas contrapuestas sobre las formas de actuar en contextos de violencias, me permitieron formular una pregunta ¿se puede construir un movimiento social en contra de las violencias a las mujeres, que integre y respete las diferentes realidades, miradas y posturas de las mismas mujeres?
Desde otras partes de la ciudad, circulaban mensajes y se podía observar algunos festejos tradicionales que en años anteriores era común encontrar: la familia festejando a la(s) mujer(es) de casa con una comida o pastel, las reuniones entre amigas, etc. No obstante, de esta misma manera, en las calles también se podían observar a mujeres trabajando y realizando sus labores cotidianas en diferentes ambientes y donde no había expresión alguna que refiriera a las movilizaciones que se estaban realizando ese mismo domingo, en otra parte de la ciudad.
Ya pasada la tarde, principalmente en Facebook, circularon una diversidad de fotografías donde las mujeres, amigas y conocidas que participaron en la marcha, posaban en las calles o en comercios cercanos al centro de la ciudad. Otras fotos, referían a momentos o comidas familiares, en sus casas o en algún establecimiento de la ciudad. Sin embargo, todas estas fotos, aunque diferentes, dejaban testimonio de lo que había sido ese domingo 8 de marzo y su evocación al Día Internacional de la Mujer.
No cabe duda que este día para muchas mujeres, sobre todo jóvenes, en su experiencia personal, social y política representó un día en el que manifestaron demandas sociales y las hicieron visibles públicamente. Para otras, fue un día que se vivió y compartió con los cercanos, en la casa o en los comercios, evocando el festejo a las mujeres de la familia por su participación cotidiana. Pero para otras más, fue un domingo cotidiano de labores, de vivir la lucha diaria desde otras coordenadas urbanas y simbólicas. Esta diferenciación socio-espacial me hizo reflexionar sobre diferentes escalas de participación social, política y urbana de las mujeres.
Este año, mi experiencia lejana físicamente de la manifestación pública y social, me acercó y mostró las diferentes formas de vivir este día y mediante las tecnologías de la comunicación. Experimenté realidades paralelas, de manera física y virtual, que me proponen continuar la reflexión sobre los silencios y vacios que aún existen para tratar los conflictos de género, los distanciamientos sociales y urbanos, para comprender las distintas miradas, necesidades y posicionamientos. Pero sobre todo, los retos que conlleva encaminar distintos movimientos sociales en busca de justicia, integración y equidad social y urbana.
[1] Profesora en el Centro de Estudios Antropológicos, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Entre estos mensajes uno llamó mi atención, se traba de una publicación en Facebook de una mujer, madre de cuatro hijos varones y con dos relaciones de pareja concluidas. En su mensaje narraba que en sus dos relaciones de pareja sufrió de infidelidades, violencia física y sexual. Expresó la dificultad para darse cuenta de la situación y que no fue fácil el proceso de hacer frente a esta problemática, demandar a su agresor y salir de esas relaciones. Sin embargo, en su argumento y desde su experiencia de haber estado en “esa situación”, se posicionaba en contra de las mujeres que “apoyan el desmadre que se hace en las marchas y no dejan al marido golpeador y violador”.
En respuesta al mensaje, se desató una cadena de respuestas a favor y otras en contra de su crítica y aunque en este momento no es mi propósito analizarlas; más bien, estas miradas contrapuestas sobre las formas de actuar en contextos de violencias, me permitieron formular una pregunta ¿se puede construir un movimiento social en contra de las violencias a las mujeres, que integre y respete las diferentes realidades, miradas y posturas de las mismas mujeres?
Desde otras partes de la ciudad, circulaban mensajes y se podía observar algunos festejos tradicionales que en años anteriores era común encontrar: la familia festejando a la(s) mujer(es) de casa con una comida o pastel, las reuniones entre amigas, etc. No obstante, de esta misma manera, en las calles también se podían observar a mujeres trabajando y realizando sus labores cotidianas en diferentes ambientes y donde no había expresión alguna que refiriera a las movilizaciones que se estaban realizando ese mismo domingo, en otra parte de la ciudad.
Ya pasada la tarde, principalmente en Facebook, circularon una diversidad de fotografías donde las mujeres, amigas y conocidas que participaron en la marcha, posaban en las calles o en comercios cercanos al centro de la ciudad. Otras fotos, referían a momentos o comidas familiares, en sus casas o en algún establecimiento de la ciudad. Sin embargo, todas estas fotos, aunque diferentes, dejaban testimonio de lo que había sido ese domingo 8 de marzo y su evocación al Día Internacional de la Mujer.
No cabe duda que este día para muchas mujeres, sobre todo jóvenes, en su experiencia personal, social y política representó un día en el que manifestaron demandas sociales y las hicieron visibles públicamente. Para otras, fue un día que se vivió y compartió con los cercanos, en la casa o en los comercios, evocando el festejo a las mujeres de la familia por su participación cotidiana. Pero para otras más, fue un domingo cotidiano de labores, de vivir la lucha diaria desde otras coordenadas urbanas y simbólicas. Esta diferenciación socio-espacial me hizo reflexionar sobre diferentes escalas de participación social, política y urbana de las mujeres.
Este año, mi experiencia lejana físicamente de la manifestación pública y social, me acercó y mostró las diferentes formas de vivir este día y mediante las tecnologías de la comunicación. Experimenté realidades paralelas, de manera física y virtual, que me proponen continuar la reflexión sobre los silencios y vacios que aún existen para tratar los conflictos de género, los distanciamientos sociales y urbanos, para comprender las distintas miradas, necesidades y posicionamientos. Pero sobre todo, los retos que conlleva encaminar distintos movimientos sociales en busca de justicia, integración y equidad social y urbana.
[1] Profesora en el Centro de Estudios Antropológicos, de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, en la Universidad Nacional Autónoma de México.