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Se trata de un fenómeno no experimentado hasta hoy por la mayor parte de las generaciones vivas hoy: quienes no vivimos las guerras del siglo XX (Primera Guerra, con 9 millones de soldados muertos, 7 millones de civiles, y otros por habre, enfermedades, etc.; Segunda Guerra, con cera de 60 millones de muertos) y los efectos del nazismo (el Holocausto, entre 1941 y 1945. Con 17 millones de muertos, 6 de judíos y 11 de “otros”), quienes no vivimos la Gripe Española (1918-1919, con cerca de 100 millones de muertos), el Cólera (1817-1923, con 1 millon de muertos) y las hambrunas masivas del siglo XX (India, África, Unión Soviética, Vietnam y Corea del Norte); quienes no hemos vivido una amenaza de muerte tan cercana, posible, indiscriminada y “masiva”. Por tanto nos es algo desconocido, que no está en nuestra memoria, y que de por si produce incertidumbre, temor y desazón.Es algo semejante pero diferente a los desastres naturales (y sociales), como los Sismos, los Huracanes, los Tornados, los Tsunamis. En estos casos se trata de sucesos devastadores y desafortunados pero “coyunturales”, que acontecen en un momento determinado y dejan enormes consecuencias (devastación, hambre, destrucción, muertes, etc.), pero no se prolongan en el tiempo. El caso que vivimos ahora tiene también funestas consecuencias, pero además es prolongado y no se tiene certeza de cuando y cómo culminará. A esto hay que añadir los efectos y consecuencias más allá de la propia amenaza de muerte y las afectaciones a la salud (de por si muy agudos). Me refiero al aislamiento, el encierro, la pérdida de contacto físico con los demás (familiares, amigos, compañeros, etc.) y la pérdida también del empleo, la imposibilidad de realizar actividades indispensables para la sobrevivencia y, por tanto, la dificultad o imposibilidad de tener acceso a los medios indispensables para la subsistencia.
Todo ello hace que nuestra vivencia de la pandemia genere emociones, reacciones y conductas muy diversas y a veces contradictorias y confrontada. Para las grandes mayorías genera, por una parte, miedo, angustia, incertidumbre, agobio y carencias concretas; por otra parte, angustia y desesperación ante la amenaza real y cercana de no poder salir adelante con las necesidades individuales y familiares. Esto tiene desde luego también su contraparte perversa en las preocupaciones y agobios de las élites económicas, los inversionistas y financieros, para quienes las pérdidas económicas, la baja en la productividad y el estancamiento del intercambio mercantil representan los principales riesgos. Esto es algo con lo que hay que lidiar también a nivel social, pero no expresa sin duda la experiencia y el sentir de los grupos mayoritarios.
Este fenómeno tiene un impacto especial (no único ni exclusivo) en las ciudades y en particular en las grandes ciudades, por la alta concentración de poblaciones, recursos, actividades económicas y de movilidad de numerosos grupos humanos. Como es sabido, las cifras más altas de contagios y defunciones han estado en ciudades como Nueva York, París, Milán, Guayaquil, Sao Paulo, Bogotá, Barcelona, Madrid, Santiago, Wuhan, Moscú, México…. Y es por ello que se trata de un fenómeno primordialmente urbano que atenta contra las vidas de los millones de personas ahí asentadas.
Lo peculiar y excepcional del fenómeno que vivimos con la pandemia y las muy diversas amenazas que genera entre las poblaciones urbanas, hacen que las respuestas ante la situación sean muy variadas; entre las más comunes (retomo la propuesta de Lidia González Malagón, estudiante de Doctorado en Urbanismo
- Negación: negar que la pandemia exista y desacreditación de la explicación científica
- Conspiración: promover el desacato sobre la base de que se trata de generar “un mecanismo de control”, derivado de un evento detonante: propagación de un virus de manera artificial, etc.
- Suspicacia y Desconfianza: hacia autoridades y científicos, por ocultar o falsear información, por considerar que no dan respuestas convincentes y suficientes, etc.
- Incredulidad e Inmunidad: se parte del “a mi no me va a pasar”, sentirse por encima de la amenaza y por tanto, poner en duda la información que advierte sobre la letalidad de un virus que es indiscriminado, y la necesidad de las reglas a observar
- Relativización y minusvaloración: Poner en duda la virulencia del problema y minimizar los posibles efectos
- Fatalismo: Considera que no existe ninguna acción deliberada para cambiar el curso de la pandemia, y se asocia a imaginarios como: “No hay nada que hacer ante esto”, “De algo me voy a morir” o “Que sea lo que Dios quiera”.
En este tipo de reacciones el factor detonante no es necesariamente la ignorancia o falta de información. En esto interfieren numerosos elementos, muchas veces de carácter cultural, religioso, emocional o político.
Algunas de estas respuestas están ligadas también a razonamientos de otro orden, como la necesidad de justificar la permanencia de las actividades propias (salir a trabajar) o de las actividades de los demás (mantener a los/as trabajadores/as laborando), la necesidad de mantener activa la economía (sostener la producción y el comercio, por ejemplo), la necesidad de resolver necesidades vitales (buscar el sustento, cuidar a familiares vulnerables, resolver la provisión de servicios, como el agua, la basura, etc.); la necesidad también de vulnerar y desacreditar a las autoridades en turno.
Atrás de estas reacciones está también la respuesta a las duras disyuntivas ante las que se enfrentan los grupos más vulnerables: “la vida o la supervivencia”; “la salud o el trabajo”, “morir por contagio o morir por hambre”.
La respuesta individual y la respuesta colectiva: ¿cuidarse un@ o cuidarnos tod@s?; ¿resolver el problema individual o el de la comunidad (colonia, barrio, ciudad, etc.)?; ¿Atender el bien individual o el bien común?; ¿Defender la vida privada o la vida pública? En sentido estricto: se trata de no ver esto como disyuntiva sino como complementariedad: Si lo individual y también lo colectivo.
Lo que tenemos en mente cuando apelamos a la Ciudadanía:
Algunas de estas respuestas están ligadas también a razonamientos de otro orden, como la necesidad de justificar la permanencia de las actividades propias (salir a trabajar) o de las actividades de los demás (mantener a los/as trabajadores/as laborando), la necesidad de mantener activa la economía (sostener la producción y el comercio, por ejemplo), la necesidad de resolver necesidades vitales (buscar el sustento, cuidar a familiares vulnerables, resolver la provisión de servicios, como el agua, la basura, etc.); la necesidad también de vulnerar y desacreditar a las autoridades en turno.
Atrás de estas reacciones está también la respuesta a las duras disyuntivas ante las que se enfrentan los grupos más vulnerables: “la vida o la supervivencia”; “la salud o el trabajo”, “morir por contagio o morir por hambre”.
Lo que corresponde a la Ciudadanía:
La respuesta individual y la respuesta colectiva: ¿cuidarse un@ o cuidarnos tod@s?; ¿resolver el problema individual o el de la comunidad (colonia, barrio, ciudad, etc.)?; ¿Atender el bien individual o el bien común?; ¿Defender la vida privada o la vida pública? En sentido estricto: se trata de no ver esto como disyuntiva sino como complementariedad: Si lo individual y también lo colectivo.
Lo que tenemos en mente cuando apelamos a la Ciudadanía:
- Reconocimiento de los/as individuos/as como miembros con pertenencia y plena competencia ante su sociedad (comunidad de referencia: pueblo, ciudad, Estado)
- Reconocimiento también como miembros activos de su comunidad, que inciden en el debate y las decisiones sobre el bien común, intervienen en la vida pública y son corresponsables en los asuntos de interés público…. (con Estado, Instituciones, Científicos, Sector Privado, Academia, Sociedad Civil, etc.), en lo que es común a todos/as y compete también a todos/as
- Reconocimiento como sujetos de derechos, pero también de obligaciones con relación a su comunidad de pertenencia
- En suma, Ciudadanos/as como protagonistas de la vida pública, con la participación como ruta para el acceso a la incidencia de la ciudadanía.
[1] en la UNAM quien muy amablemente me compartió su análisis, y añado otras más):
- La población/la gente/ la ciudadanía que exige y reclama al Estado y a las instituciones lo que les corresponde, pero que también se hace cargo del problema y toma en sus manos el control sobre la situación (no de manera “general” sino en ámbitos o problemáticas específicas): organiza redes de apoyo, detección de población especialmente vulnerable, campañas locales de información, registros de población infectada o en riesgo de serlo en sus localidades, establecer centros comunitarios (barriales, por colonia o Unidad Habitacional) para registrar problemas específicos en la situación dada y etc.
- La ciudadanía que se organiza, articula redes y solidaridades para dar respuesta a necesidades que no han sido atendidas o resueltas por las instituciones (en este caso con cabal consciencia del riesgo en cuestión y de las precausiones indispensables): acopio y distribución de víveres y alimentos, solicitud de donativos para material de protección, distribución de despensas a población que ha perdido el empleo o su actividad de sobrevivencia, promoción de actividades productivas o comerciales de grupos que han generado otras fuentes de ingresos: productores directos, distribuidores, ventas desde el hogar, cursos y clases en línea, atención médica o emocional también en línea, por vía telefónica, etc.
- La ciudadanía que recupera sus experiencias y saberes propios y genera desde ahí respuestas y alternativas: estrategias, acciones puntuales, atención de necesidades, acopio de conocimientos, etc. (Organizaciones sociales, movimientos, organizaciones comunitarias, ONG): Atención a la violencia doméstica, protección a mujeres acosadas, asistencia a personas en condición de calle, a niños/as en riesgo que buscan sustento en la vía pública; atención a problemas de discriminación en la salud y los servicios (población de bajos recursos, indígena, población LGBT, etc.), comedores comunitarios, espacios de asesoría alimentaria para población con problemas de diabetes, hipertensión y obesidad, etc., creación de huertos urbanos para involucrar a la población en actividades útiles y de cooperación, al tiempo de producir alimentos (MUP), campañas para “crear consciencia” acerca de las necesidades de protección, cuidado y seguimiento de reglas básicas ante la pandemia, etc.
- La ciudadanía que se involucra en las problemáticas emergentes y se avoca a explorarlas, entenderlas y ofrecer opciones para el corto y mediano plazos (academia, comunidad científica, OSC, etc.): situación y condiciones de habitabilidad de las viviendas en sectores populares: hacinamiento, insalubridad, viviendas en riesgo, deshalojos, falta de servicios básicos en viviendas y asentamientos irregulares; también, generar difusión de información calificada para entender la pandemia y sus riesgos, etc.
- La ciudadanía que abre canales de interlocución y cooperación con instituciones, Gobiernos, partidos y otros actores: empresas, fundaciones, etc. En busca de sumar esfuerzos y actuar en colectivo
- Ciudadanía que asume el Derecho a la ciudad con la propia participación.