Constitución y participación ciudadana en la Ciudad de México
marzo 4, 2022Urbicidio: la muerte de la ciudad
marzo 16, 2022Por las calles de las grandes ciudades es común observar a repartidores de aplicaciones digitales, con mochilas coloridas, en motos o pedaleando en sus bicicletas. Durante la etapa más dura de la pandemia del COVID-19 los catalogaron como trabajadores “esenciales” y fueron importantes para que la economía siguiera funcionando. Y sin embargo, sus condiciones laborales son muy malas, las empresas no los reconocen como trabajadores, sino que los ubican como “socios”, emprendedores que utilizan las aplicaciones digitales. Forman parte de un fenómeno más amplio de reordenación de las relaciones laborales y expansión de nuevas formas de explotación. En estanota urbana examino algunos elementos de este proceso. El capitalismo de plataformas como un fenómeno en expansión que está reformulando las relaciones de trabajo y las resistencias de los trabajadores que están reivindicando sus derechos elementales.
Los repartidores de aplicaciones digitales como Rappi, Didi o Uber Eats son muy llamativos por su presencia en las calles, pero forman parte de un fenómeno mucho más amplio en la economía: el capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018). En la última década se han expandido empresas de plataformas que utilizan las tecnologías digitales para concentrar información y posicionarse en diferentes mercados. Airbnb en la hostelería, Uber en el transporte de pasajeros o Rappi en el reparto de mercancías son grandes empresas que han trastocado sus ramas económicas. Su éxito no se basa solamente en la tecnología sino también en un modelo laboral que terciariza a sus propios trabajadores. Las empresas no se asumen como patronas de sus trabajadores sino como simples intermediarias que facilitan información a los “socios” que utilizan las plataformas. El resultado es un modelo en el que los trabajadores no cuentan con ningún tipo de derechos, ni jubilación, ni vacaciones, ni estabilidad alguna. En cambio, las empresas proponen una retórica que los ubica como emprendedores, sin jefes directos, con flexibilidad y posibilidades de crecimiento.
Sin embargo, la realidad es mucho más complicada. Los repartidores, por ejemplo, tienen jornadas laborales extenuantes en las que están sujetos a diferentes tipos de violencias. En México, la jornada laboral promedio de un repartidor es de 43 horas a la semana (Jaramillo, 2020), los ingresos son muy inestables porque dependen de la demanda y de la asignación de pedidos. Además, no es cierto que los repartidores sean completamente libres de conectarse a la aplicación según sus necesidades. Con la “gestión algorítmica” las empresas pueden controlar a sus trabajadores, calificando su labor, imponiendo horarios, otorgando premios y castigos y en última instancia con la “desconexión” de las aplicaciones (un eufemismo para despedirlos).
Por otro lado, el trabajo en la calle está sujeto a muchos riesgos de los que las aplicaciones se desentienden. Los restaurantes no brindan un espacio digno para los repartidores que tienen que esperar los pedidos en la vía pública, muchas veces son discriminados y no se les permite pasar al baño o hacer uso de las instalaciones. Aunque hacen una labor importante para los restaurantes estos los han discriminado y estigmatizado. Ya en la calle los repartidores padecen la violencia vial que caracteriza a las grandes ciudades. El colectivo Ni Un Repartidor Menos tiene registrados 59 repartidores fallecidos solamente en la Ciudad de México mientras realizaban su trabajo desde que empezó la pandemia en marzo del 2020 hasta la actualidad. Las empresas no dan la protección adecuada, los seguros, cuando existen, solamente cubren a los repartidores en el momento en que están trasladando un pedido, pero no cuando están en la calle esperando para trabajar. Las mujeres en especial sufren acoso callejero y hostigamiento. Hay testimonios de repartidoras secuestradas al momento de entregar un pedido o con clientes que las acosan. Las aplicaciones han brillado por su ausencia, no han hecho nada por proteger a sus trabajadores e incluso los han castigado por retrasarse en sus entregas después de un accidente o una situación de acoso.
Los repartidores de aplicaciones digitales como Rappi, Didi o Uber Eats son muy llamativos por su presencia en las calles, pero forman parte de un fenómeno mucho más amplio en la economía: el capitalismo de plataformas (Srnicek, 2018). En la última década se han expandido empresas de plataformas que utilizan las tecnologías digitales para concentrar información y posicionarse en diferentes mercados. Airbnb en la hostelería, Uber en el transporte de pasajeros o Rappi en el reparto de mercancías son grandes empresas que han trastocado sus ramas económicas. Su éxito no se basa solamente en la tecnología sino también en un modelo laboral que terciariza a sus propios trabajadores. Las empresas no se asumen como patronas de sus trabajadores sino como simples intermediarias que facilitan información a los “socios” que utilizan las plataformas. El resultado es un modelo en el que los trabajadores no cuentan con ningún tipo de derechos, ni jubilación, ni vacaciones, ni estabilidad alguna. En cambio, las empresas proponen una retórica que los ubica como emprendedores, sin jefes directos, con flexibilidad y posibilidades de crecimiento.
Sin embargo, la realidad es mucho más complicada. Los repartidores, por ejemplo, tienen jornadas laborales extenuantes en las que están sujetos a diferentes tipos de violencias. En México, la jornada laboral promedio de un repartidor es de 43 horas a la semana (Jaramillo, 2020), los ingresos son muy inestables porque dependen de la demanda y de la asignación de pedidos. Además, no es cierto que los repartidores sean completamente libres de conectarse a la aplicación según sus necesidades. Con la “gestión algorítmica” las empresas pueden controlar a sus trabajadores, calificando su labor, imponiendo horarios, otorgando premios y castigos y en última instancia con la “desconexión” de las aplicaciones (un eufemismo para despedirlos).
Por otro lado, el trabajo en la calle está sujeto a muchos riesgos de los que las aplicaciones se desentienden. Los restaurantes no brindan un espacio digno para los repartidores que tienen que esperar los pedidos en la vía pública, muchas veces son discriminados y no se les permite pasar al baño o hacer uso de las instalaciones. Aunque hacen una labor importante para los restaurantes estos los han discriminado y estigmatizado. Ya en la calle los repartidores padecen la violencia vial que caracteriza a las grandes ciudades. El colectivo Ni Un Repartidor Menos tiene registrados 59 repartidores fallecidos solamente en la Ciudad de México mientras realizaban su trabajo desde que empezó la pandemia en marzo del 2020 hasta la actualidad. Las empresas no dan la protección adecuada, los seguros, cuando existen, solamente cubren a los repartidores en el momento en que están trasladando un pedido, pero no cuando están en la calle esperando para trabajar. Las mujeres en especial sufren acoso callejero y hostigamiento. Hay testimonios de repartidoras secuestradas al momento de entregar un pedido o con clientes que las acosan. Las aplicaciones han brillado por su ausencia, no han hecho nada por proteger a sus trabajadores e incluso los han castigado por retrasarse en sus entregas después de un accidente o una situación de acoso.
Así, el fenómeno de las aplicaciones digitales está lejos de la retórica de progreso, tecnología y flexibilidad que promueven las empresas. Se trata más bien de viejas formas de explotación revestidas con una retórica empresarial de innovación, flexibilidad y libertad.
Lo interesante es que cada vez son más amplios los grupos de repartidores que cuestionan ese discurso y se organizan para reivindicar sus derechos laborales. Los repartidores no son el sujeto aislado, emprendedor e individualista que imaginaron las aplicaciones. Por el contrario, forman parte de comunidades y redes de apoyo mutuo. Muchos repartidores actúan de forma solidaria, en común, para defenderse de todas las violencias de las que son objeto. Así, se han formado colectivos de repartidoras para defenderse del acoso o de migrantes guerrerenses para sortear la violencia callejera en la ciudad de Nueva York.
Lo interesante es que cada vez son más amplios los grupos de repartidores que cuestionan ese discurso y se organizan para reivindicar sus derechos laborales. Los repartidores no son el sujeto aislado, emprendedor e individualista que imaginaron las aplicaciones. Por el contrario, forman parte de comunidades y redes de apoyo mutuo. Muchos repartidores actúan de forma solidaria, en común, para defenderse de todas las violencias de las que son objeto. Así, se han formado colectivos de repartidoras para defenderse del acoso o de migrantes guerrerenses para sortear la violencia callejera en la ciudad de Nueva York.
En abril del 2020 a raíz de la pandemia del COVID-19 se organizó un primer paro internacional al que se fueron sumando repartidores de todo el mundo. En el “pausaso” los repartidores brasileños se coordinaron para desatender los pedidos y desquiciar a las aplicaciones. Desde entonces ya se han organizado 5 paros internacionales en los que los repartidores salieron a las calles, quemaron sus mochilas y encendieron sus motos para protestar afuera de las oficinas gubernamentales.
En el espacio Unidos WorldAction se coordinan repartidores de todas las aplicaciones de una decena de países de Europa, Asia y América Latina. Sindicatos y colectivos de todo el mundo están planteando una regulación a las grandes empresas trasnacionales de reparto. En algunos países ya se han conseguido pasos importantes como la Ley Rider en España en la que las empresas están obligadas a reconocer a los repartidores como sus trabajadores y no como “falsos autónomos”.
En México se han formado colectivos como Ni Un Repartidor Menos que, desde el 2018, realiza diferentes acciones de protesta para exigir derechos laborales y seguridad en las calles. También en 2021 se creó la Unión Nacional de Trabajadores de Aplicación que busca sindicalizar a los repartidores. Aunque existen diferencias entre ellos forman parte de un proceso en el que los repartidores se están organizando para demandar sus derechos laborales.
Sin embargo, la disputa por derechos laborales apenas está iniciando. Las aplicaciones digitales utilizan las nuevas tecnologías y su poderío económico trasnacional para evitar cualquier tipo de regulación. Por eso corresponde a los gobiernos regulary garantizar sus derechos a los trabajadores. No se trata de un asunto menor, específico de los repartidores, sino de una reformulación de las relaciones laborales que puede afectar a otros sectores de la economía. Modelos similares, con el mismo esquema del capitalismo de plataformas, ya se emplean para trabajos como el de diseñadores y profesionistas. Los repartidores son un ejemplo de la precarización que se impone sobre las condiciones de trabajo, pero también brindan una esperanza con sus protestas y sus organizaciones. Desde las universidades y otros espacios de la sociedad civil es importante conocer sus condiciones y apoyar su esfuerzo por los derechos laborales.
En el espacio Unidos WorldAction se coordinan repartidores de todas las aplicaciones de una decena de países de Europa, Asia y América Latina. Sindicatos y colectivos de todo el mundo están planteando una regulación a las grandes empresas trasnacionales de reparto. En algunos países ya se han conseguido pasos importantes como la Ley Rider en España en la que las empresas están obligadas a reconocer a los repartidores como sus trabajadores y no como “falsos autónomos”.
En México se han formado colectivos como Ni Un Repartidor Menos que, desde el 2018, realiza diferentes acciones de protesta para exigir derechos laborales y seguridad en las calles. También en 2021 se creó la Unión Nacional de Trabajadores de Aplicación que busca sindicalizar a los repartidores. Aunque existen diferencias entre ellos forman parte de un proceso en el que los repartidores se están organizando para demandar sus derechos laborales.
Sin embargo, la disputa por derechos laborales apenas está iniciando. Las aplicaciones digitales utilizan las nuevas tecnologías y su poderío económico trasnacional para evitar cualquier tipo de regulación. Por eso corresponde a los gobiernos regulary garantizar sus derechos a los trabajadores. No se trata de un asunto menor, específico de los repartidores, sino de una reformulación de las relaciones laborales que puede afectar a otros sectores de la economía. Modelos similares, con el mismo esquema del capitalismo de plataformas, ya se emplean para trabajos como el de diseñadores y profesionistas. Los repartidores son un ejemplo de la precarización que se impone sobre las condiciones de trabajo, pero también brindan una esperanza con sus protestas y sus organizaciones. Desde las universidades y otros espacios de la sociedad civil es importante conocer sus condiciones y apoyar su esfuerzo por los derechos laborales.
Bibliografía citada:
Jaramillo, Máximo. (2020) “Precariedad y riesgo: diagnóstico sobre las condiciones laborales de los repartidores de aplicaciones en México”, en: Hidalgo Cordero, Kruskaya y Salazar Daza, Carolina (editoras). Precarización laboral en plataformas digitales. Una lectura desde América Latina, Quito, Ecuador: Friedrich-Ebert-Stiftung. Srnicek, Nick. (2018) Capitalismo de plataformas. Buenos Aires: Caja Negra Editora[1] Doctor en ciencias políticas y sociales por la UNAM. Este trabajo forma parte de una estancia posdoctoral en el CEIICH.