La marcha del orgullo LGBTTI en el espacio público de la Ciudad de México. Transitando por los caminos de la libertad
junio 8, 2020Género y espacio público. Claves conceptuales para el estudio de los derechos urbanos de las mujeres
julio 8, 2020Baltimore, MD, EE.UU.
>En medio de una crisis global que ha encerrado a gran parte de la humanidad y la ha privado del uso del espacio público. Hoy, 3 de junio, las grandes ciudades norteamericanas son tomadas por miles de ciudadanos enfurecidos dispuestos a ocupar las calles y si es preciso destruirlo todo para recomenzar.
>En medio de una crisis global que ha encerrado a gran parte de la humanidad y la ha privado del uso del espacio público. Hoy, 3 de junio, las grandes ciudades norteamericanas son tomadas por miles de ciudadanos enfurecidos dispuestos a ocupar las calles y si es preciso destruirlo todo para recomenzar.
La pandemia como realidad global ha puesto en evidencia el fracaso del sistema económico imperante en el mundo, que no ha sido capaz de proteger la vida, anteponiendo a esta, la racionalidad económica que explota, devasta y aniquila a millones de seres y sus territorios en el planeta. Estados Unidos, anuncia una recesión similar a la de los años 30. Se tambalea como potencia hegemónica y, hacia dentro, muestra un estado débil, incapaz, ineficiente, con un raquítico sistema de salud que ha sido privatizado y en el cual, el derecho a la salud es un producto de consumo, al que no todos los ciudadanos, clientes del mismo, pueden acceder.
Más de 100,000 muertos suma hasta ahora la epidemia del Coronavirus. Lo anterior, es muestra de una sociedad sumamente polarizada, fragmentada, injusta y desigual, que arrastra herencias de relaciones de dominación y explotación racial, que excluye y rechaza mediante políticas xenófobas a miles de migrantes y pobres, que son marginados a ciertas áreas de las ciudades o habitan el espacio público como su lugar de refugio.
Baltimore, antigua capital federal y sede del estado de Maryland, que ha padecido en las últimas décadas un proceso de desindustrialización, cuenta con una población de origen multiétnico y multicultural, el 24% vive en condiciones de pobreza y con limitado acceso a derechos sociales y educativos que propicien movilidad social, herencia de los periodos de segregación. Amplios territorios vacíos, inactivos y sin actividades productivas que han provocado un vaciamiento de la ciudad y donde gran cantidad de personas que sin medios de subsistencia, habitan la calle. En tiempos de cuarentena, la ciudad se encontraba prácticamente con nula movilidad, pero con una amplia presencia de personas en situación de calle.
En este contexto, el asesinato de George Floyd ocurrido el 25 de mayo en la ciudad de Mineápolis, fue perpetrado por cuatro agentes en un evidente caso de abuso y brutalidad policial, es un caso más que se suma a la larga lista de crímenes por odio racial en los Estados Unidos. Esto pone en evidencia el racismo arraigado aún en esta sociedad, así como la xenofobia. La ola de protestas masivas en las calles de la mayoría de las grandes ciudades -han sido comparadas por su volumen y extensión a las ocurridas en los años 60 por el asesinato de Martin Luther King portavoz del Movimiento por los Derechos Civiles- se cuentan jornadas consecutivas de expresiones de rabia y enfrentamiento con las fuerzas policiales. Reclaman una revisión profunda del sistema de seguridad pero en el fondo gritan consignas que van hacia una reflexión de las ideas y valores que fundan esta sociedad. Esto ha provocado que miles de personas salgan al espacio público, sin importar el riesgo de contagio, se agrupan, marchan, gritan, discuten, debaten, planean, incendian, destruyen, los restos de una nación para generar cenizas y tener la posibilidad de reconstruirse y refundar.
Más de 100,000 muertos suma hasta ahora la epidemia del Coronavirus. Lo anterior, es muestra de una sociedad sumamente polarizada, fragmentada, injusta y desigual, que arrastra herencias de relaciones de dominación y explotación racial, que excluye y rechaza mediante políticas xenófobas a miles de migrantes y pobres, que son marginados a ciertas áreas de las ciudades o habitan el espacio público como su lugar de refugio.
Baltimore, antigua capital federal y sede del estado de Maryland, que ha padecido en las últimas décadas un proceso de desindustrialización, cuenta con una población de origen multiétnico y multicultural, el 24% vive en condiciones de pobreza y con limitado acceso a derechos sociales y educativos que propicien movilidad social, herencia de los periodos de segregación. Amplios territorios vacíos, inactivos y sin actividades productivas que han provocado un vaciamiento de la ciudad y donde gran cantidad de personas que sin medios de subsistencia, habitan la calle. En tiempos de cuarentena, la ciudad se encontraba prácticamente con nula movilidad, pero con una amplia presencia de personas en situación de calle.
En este contexto, el asesinato de George Floyd ocurrido el 25 de mayo en la ciudad de Mineápolis, fue perpetrado por cuatro agentes en un evidente caso de abuso y brutalidad policial, es un caso más que se suma a la larga lista de crímenes por odio racial en los Estados Unidos. Esto pone en evidencia el racismo arraigado aún en esta sociedad, así como la xenofobia. La ola de protestas masivas en las calles de la mayoría de las grandes ciudades -han sido comparadas por su volumen y extensión a las ocurridas en los años 60 por el asesinato de Martin Luther King portavoz del Movimiento por los Derechos Civiles- se cuentan jornadas consecutivas de expresiones de rabia y enfrentamiento con las fuerzas policiales. Reclaman una revisión profunda del sistema de seguridad pero en el fondo gritan consignas que van hacia una reflexión de las ideas y valores que fundan esta sociedad. Esto ha provocado que miles de personas salgan al espacio público, sin importar el riesgo de contagio, se agrupan, marchan, gritan, discuten, debaten, planean, incendian, destruyen, los restos de una nación para generar cenizas y tener la posibilidad de reconstruirse y refundar.
Pareciera un ciclo, el de las expresiones de furia y protesta, a través de movilizaciones urbanas contemporáneas que llenan las ciudades de fuego y barricadas. Miles de personas en 2006 por el movimiento de migrantes indocumentados y en 2011. Recordemos que Ocupa Wall Street, después de la crisis de 2008, se convirtió en un fuerte movimiento ante el sistema financiero y sus efectos en la desigualdad. Más recientemente en 2016, los días completos de ciudades en descontento abierto por la elección que da el triunfo a uno de los personajes más patéticos que ha dado la historia contemporánea, y que gobierna este país y tiene poder sobre gran parte de las decisiones que gobiernan el mundo. ¿A dónde van esas movilizaciones sociales urbanas, porque no permanecen, porque no se ha logrado constituir un fuerte y permanente movimiento alternativo que logre una transformación y plantee escenarios radicales a las ideologías imperantes conservadoras, de derecha y en el mejor de los casos liberales pero siempre moderadas, para modificar el estado de las cosas?.
La protesta y toma del espacio público, es un motivo de celebración, representa una expresión legítima de desacuerdo para exigir un cambio y revisión de la política interna en términos de seguridad y justicia. El descontento es mayúsculo y se nutre de las inmensas contradicciones de esta sociedad. La ciudad grita: ”Justicia para George, No puedo respirar, Black Lives Matter, Sin justicia No hay paz Desmantelar la Policía”.
La respuesta del Estado, a través de su ejecutivo, no ha sido suficientemente sensible para hacer un ejercicio real de reflexión crítica y compromiso para revisar las demandas, impartir justicia y dar solución al descontento social. Por el contrario, el presidente ha buscado enemigos, en el discurso añejo de la Ley y el Orden, ha descalificado las acciones de contención de los gobernadores estatales, llamándolos blandos e idiotas y ha criminalizado e incluso llama terroristas a los manifestantes, lo cual ha enfurecido aún más a la población y subido los ánimos de los manifestantes, escalando la protesta a nivel global.
Es destacable observar que uno de los frentes para visibilizar las movilizaciones, ha sido, además de la toma de plazas, jardines y edificios de gobierno, parar las vías de comunicación terrestre, carreteras y largas filas de autos son detenidas por horas. Los manifestantes caminan, se sientan, se recuestan sobre Autopistas como la I83, interestatal en Baltimore, MD.
En estos días, por instrucciones federales, las ciudades son ocupadas por la Guardia Nacional. En algunos casos es probable el ingreso del Ejército y la Armada. Se producen ambientes que parecen ficción: helicópteros sobrevuelan las áreas centrales y habitacionales, luces desde el cielo, tiroteos en las ciudades y noches de zozobra y pesadilla. Es difícil identificar las motivaciones de todos los grupos que participan en las movilizaciones, en algunos, puede ser el descontento generalizado ante la situación de crisis social y económica; en otros casos parecen ser grupos de provocación que tienen como fin desacreditar la protesta y justificar medidas extremas de control, protagonizando saqueos y vandalismo urbano. En todo caso, se establecen relaciones violentas entre miembros distintos de una sociedad desigual en un territorio fragmentado.
El espacio público vuelve a ser prohibitivo para el libre tránsito y la circulación, el control impuesto por el Estado impide el uso, y ante el caos y el desorden, se convierte en un lugar de riesgo. Así las cosas, todos hacia adentro nuevamente, el virus que se gesta es aún más expansivo, peligroso y se contagia en la calle. Las comisarías incendiadas parecen los nidos, donde se incuba uno más de los huevos de la serpiente.
[1] Doctorante en el Posgrado de Urbanismo, UNAM
La protesta y toma del espacio público, es un motivo de celebración, representa una expresión legítima de desacuerdo para exigir un cambio y revisión de la política interna en términos de seguridad y justicia. El descontento es mayúsculo y se nutre de las inmensas contradicciones de esta sociedad. La ciudad grita: ”Justicia para George, No puedo respirar, Black Lives Matter, Sin justicia No hay paz Desmantelar la Policía”.
La respuesta del Estado, a través de su ejecutivo, no ha sido suficientemente sensible para hacer un ejercicio real de reflexión crítica y compromiso para revisar las demandas, impartir justicia y dar solución al descontento social. Por el contrario, el presidente ha buscado enemigos, en el discurso añejo de la Ley y el Orden, ha descalificado las acciones de contención de los gobernadores estatales, llamándolos blandos e idiotas y ha criminalizado e incluso llama terroristas a los manifestantes, lo cual ha enfurecido aún más a la población y subido los ánimos de los manifestantes, escalando la protesta a nivel global.
Es destacable observar que uno de los frentes para visibilizar las movilizaciones, ha sido, además de la toma de plazas, jardines y edificios de gobierno, parar las vías de comunicación terrestre, carreteras y largas filas de autos son detenidas por horas. Los manifestantes caminan, se sientan, se recuestan sobre Autopistas como la I83, interestatal en Baltimore, MD.
En estos días, por instrucciones federales, las ciudades son ocupadas por la Guardia Nacional. En algunos casos es probable el ingreso del Ejército y la Armada. Se producen ambientes que parecen ficción: helicópteros sobrevuelan las áreas centrales y habitacionales, luces desde el cielo, tiroteos en las ciudades y noches de zozobra y pesadilla. Es difícil identificar las motivaciones de todos los grupos que participan en las movilizaciones, en algunos, puede ser el descontento generalizado ante la situación de crisis social y económica; en otros casos parecen ser grupos de provocación que tienen como fin desacreditar la protesta y justificar medidas extremas de control, protagonizando saqueos y vandalismo urbano. En todo caso, se establecen relaciones violentas entre miembros distintos de una sociedad desigual en un territorio fragmentado.
El espacio público vuelve a ser prohibitivo para el libre tránsito y la circulación, el control impuesto por el Estado impide el uso, y ante el caos y el desorden, se convierte en un lugar de riesgo. Así las cosas, todos hacia adentro nuevamente, el virus que se gesta es aún más expansivo, peligroso y se contagia en la calle. Las comisarías incendiadas parecen los nidos, donde se incuba uno más de los huevos de la serpiente.
[1] Doctorante en el Posgrado de Urbanismo, UNAM